La comunicación amplifica tanto la violencia y la desinformación, como la empatía y la acción colectiva. Mientras eventos como el asalto al Capitolio muestran su poder para radicalizar, movimientos como #BlackLivesMatter evidencian su capacidad de movilización social. Siguiendo a James Lull, la columna plantea que la comunicación es el vehículo -¡y la esperanza!- para construir una conciencia compartida y nuevas formas de cooperación global.
Aunque Fukuyama afirmó que la democracia liberal marcaría el fin de la historia como lucha ideológica, los fundamentalismos, lejos de extinguirse, florecen y mantienen al mundo sumido en un caos perturbador. Escenas de civiles emboscados, ciudades devastadas y masacres estremecen las redes sociales y los medios. Cámaras de seguridad, smartphones, drones y GoPros capturan la brutalidad en tiempo real. Transmitidas ‘en vivo’ por Facebook, WhatsApp y Telegram, estas imágenes adquieren un matiz grotesco, casi teatral, y al mismo tiempo exponen un trasfondo real de rabia, miedo y confrontación.
En este mundo de violencia recíproca amplificada digitalmente, Yuval Noah Harari advierte que el dolor propio nos ciega ante el sufrimiento ajeno y que solo la compasión de quienes no están directamente involucrados puede aplacar el desdén y la indiferencia. Es lo único que, según él, nos permitiría actuar con sentido moral.
Su reflexión es poderosa, pero deja una pregunta abierta: ¿podemos lograr esa sensibilidad en un mundo hiperconectado y polarizado como el de hoy?
Aquí sostenemos que la perspectiva de la comunicación evolutiva de James Lull**, ofrece una respuesta esclarecedora: es posible, y lo es porque contamos con una herramienta excepcional, la comunicación humana. Según Lull, la comunicación es el mecanismo central que permitió la supervivencia de nuestra especie porque nos dio conciencia compartida, y si algo puede hacer realidad la empatía a escala global que Harari demanda, es esa misma capacidad comunicativa que Lull afirma nos trajo hasta aquí.
Veamos un poco de dónde viene el argumento. Lull, siguiendo a primatólogos como Michael Tomasello, sostiene que la comunicación humana ha evolucionado en una espiral a través de tres etapas que coexisten y entrelazan. Primero, ‘la solicitud de atención’ (“quiero que me prestes atención”), similar al tamborileo de los gorilas machos para atraer a las hembras. Luego, el ‘informar’ (“quiero que sepas algo importante para ambos”), como la pantomima de los primeros humanos para señalar la ubicación de recursos, advertir de peligros o coordinarse en la caza. Finalmente, el ‘compartir’ (“quiero que sientas lo mismo que yo al respecto”), y que observamos, por ejemplo, cuando nos reímos o sorprendemos juntos ante un mismo evento, o cuando buscamos la mirada del otro para confirmar su reacción. El logro de este tercer nivel, el ‘compartir’, según Lull, lo cambió todo.
A partir de aquí, Lull, que conecta con filósofos de la acción como John Searle y Margaret Gilbert, afirma que del ‘compartir’ habría emergido un ‘modo dual de pensamiento’, y de este, un actor colectivo que opera dentro de acuerdos basados en conocimientos, intenciones y emociones compartidas. Estos acuerdos, es muy importante señalar, no son estáticos; se negocian y se reconfiguran permanentemente a través de la misma dinámica flexible de la comunicación que dice que les dio origen. El agente deja de ser un ‘yo individual’ y convierte en un ‘nosotros intencional’, un sujeto plural, una construcción mental que define cómo las personas se perciben a sí mismas dentro de un colectivo o un grupo.
Lo que hace importante al reconocimiento del surgimiento de esta capacidad de construir realidades compartidas es que, según Lull, es ella la que permitió la evolución desde pequeños grupos hasta culturas globalmente interconectadas. Que de los objetivos, normas y convenciones establecidas comunicacionalmente por los primeros humanos es de donde surgieron las tribus, y con el tiempo, las culturas complejas y mediatizadas en las que experimentamos los dilemas actuales.
El punto es que ahora, en este agitado nuevo mundo, la introspección y la moralidad ya no pueden prosperar dependiendo de la interacción cara a cara como en la época del forrajeo, sino que requieren de la fuerza expansiva de los mass media y la cultura digital. Lull señala, sin embargo, que las tecnologías de la comunicación no sólo han fortalecido nuestra capacidad de ‘solicitar atención’ y de ‘informar’, sino que han potenciado nuestra habilidad para generar ‘empatía’. En el corazón del proceso comunicacional contemporáneo que describe Lull no solo se mantiene la conciencia de los eventos que nos rodean aquí y ahora, expandiéndose globalmente, sino también el reconocimiento de que esa conciencia es compartida: sabemos que otros también saben lo mismo que sabemos.
Sin embargo, no somos ingenuos. Las imágenes y símbolos rebosantes en las salas globales de eco han sido utilizados demasiadas veces para incitar la competencia en lugar de la cooperación; el odio, no la comprensión mutua. ¿Cómo olvidar la escena del “Chamán de QAnon” aullando dentro del Capitolio? O la multitud escalando muros, rompiendo ventanas y saqueando oficinas, mientras los legisladores intentaban resistir bloqueando puertas con muebles. Nada de esto fue espontáneo. Grupos en Facebook, Twitter, Parler y Gab lo coordinaron viralizando llamados como “¡Tomemos el Capitolio!” y expandiendo teorías conspirativas en YouTube y Twitter. Mientras tanto, medios como CNN, ABC simplemente recogieron lo que ya circulaba descontroladamente.
Pero si bien esto es cierto, también lo es que la comunicación digital ha demostrado su capacidad para generar conciencia, desmontar adhesiones ciegas y transformar creencias peligrosas en conocimiento y, eventualmente, en acción colectiva. El cruento asesinato de George Floyd es un claro ejemplo: registrado en video por una transeúnte y difundido en redes, desató una ola de indignación internacional. En cuestión de horas, millones de personas compartieron imágenes y testimonios sobre la discriminación racial en EE.UU. Se organizaron protestas masivas en más de 60 ciudades y, en días, el movimiento trascendió fronteras con manifestaciones en Londres, París, Berlín, Ciudad de México y Sídney. Minneapolis implementó reformas en su departamento de policía, empresas e instituciones revisaron sus políticas de diversidad e inclusión y #BlackLivesMatter pasó de ser un simple lema a convertirse en un llamado global contra la brutalidad policial y el racismo sistémico.
Estos dos ejemplos muestran con crudeza que la comunicación mediada puede ser tanto un arma de polarización como un catalizador de conciencia y cambio social. El argumento de Lull es, sin embargo, que si somos concientes de ello, y ese es en parte el objetivo de esta columna, su mayor potencial radica en su capacidad para reforzar el ‘nosotros intencional’ y expandir la empatía más allá de los límites inmediatos de nuestras comunidades. Como enfatiza Lull, la comunicación es más que llevar y traer información; es el mecanismo que nos permite individualizar, contemplar y criticar lo que nos rodea, reflexionar sobre nuestras acciones, considerar la perspectiva de los demás, incluso la de desconocidos o de aquellos con quienes discrepamos. La comunicación es flexible y ha sido nuestra herramienta para ajustar el rumbo, aprender del pasado y reforzar los lazos que nos sostienen como sociedad.
Entonces, si la comunicación ha servido para dividir, también lo ha hecho para construir cooperación y expandir nuestra conciencia moral, y si hemos llegado hasta aquí, ha sido porque la cooperación ha resultado más exitosa que la hostilidad. La comunicación es el motor que conduce nuestra evolución. Como dice Lull: “Para sobrevivir, debimos cooperar; y para cooperar, debimos comunicarnos”. No sucede una sin la otra, y no hay razón para que hoy sea distinto.
*Este columna es el avance de un artículo científico actualmente en preparación y que espero publicar en una revista especializada este año 2025.
**James Lull es un reconocido académico, investigador y escritor norteamericano en temas relacionados con las audiencias, los medios de comunicación y la cultura. Entre sus libros se encuentran: Popular music and communication (1987), World families watch television (1988), Inside family viewing (1990), China turned on (1991), Media, communication, culture (2000), Culture in the communication age (2001), Culture —on- demand (2001), The language of fife (Lull y Neiva, 2012). Más recientemente ha propuesto una nueva subdisciplina y que él denomina la 'aproximación evolutiva a la comunicacion'. Entre las publicaciones relacionadas a este enfoque se pueden mencionar su último libro: Evolutionary communication (Lull, 2020), y también algunos de sus artículos más recientes, entre ellos: ‘Approaching evolutionary communication’ (2022).